El hombre prehistórico vivía exclusivamente de la caza y la recolección. No cocía sus alimentos y, como todos los animales, no utilizaba más energía que la contenida en su comida o en los benéficos rayos del Sol.
Hace poco más de 500 000 años que el ser humano descubrió y dominó el fuego. Aprendió a mantenerlo encendido y a usarlo para calentarse, alumbrarse y cocer los alimentos. La madera se convirtió así en la primera fuente de energía en la historia de la humanidad.
Con el inicio de la agricultura, hace aproximadamente 8 000 o 10 000 años, el hombre comenzó a domesticar animales y a utilizar su fuerza. Los animales se convirtieron en una fuente de energía útil para arrastrar los arados, transportar materiales o sacar agua de los pozos. En esa misma época se fabricaron las primeras vasijas de barro aprovechando el calor del fuego alimentado con madera, se cocía la arcilla para transformarla en terracota.
Las civilizaciones de la antigüedad aprendieron progresivamente a utilizar otras formas de energía como el viento, en los primeros barcos de vela y los molinos de viento. Aprovecharon también la fuerza del agua para mover ruedas con paletas (¡y no de las que se comen!) mediante las cuales se hacía girar los molinos, o ruedas con recipientes
que, a su vez, llevaban el agua a lugares altos en donde la utilizaban para el riego.
Esta necesidad de energía fue el origen de la esclavitud. Muchas personas fueron llevadas lejos de su país para que trabajasen como esclavas en grandes obras de construcción o realizaran trabajos pesados.
Muy pronto, se supo utilizar la fuerza del agua para hacer que los troncos de los árboles flotaran, y transportarlos desde las regiones montañosas hasta las llanuras y las desembocaduras de los ríos, donde se empleaban en diversas obras y la construcción de navíos.
La invención de la rueda y la utilización de la palanca permitieron ahorrar energía. “Denme un punto de apoyo y moveré al mundo”, afirmaba Arquímedes, aproximadamente en el año 250 a. C.
Hace poco más de 500 000 años que el ser humano descubrió y dominó el fuego. Aprendió a mantenerlo encendido y a usarlo para calentarse, alumbrarse y cocer los alimentos. La madera se convirtió así en la primera fuente de energía en la historia de la humanidad.
Con el inicio de la agricultura, hace aproximadamente 8 000 o 10 000 años, el hombre comenzó a domesticar animales y a utilizar su fuerza. Los animales se convirtieron en una fuente de energía útil para arrastrar los arados, transportar materiales o sacar agua de los pozos. En esa misma época se fabricaron las primeras vasijas de barro aprovechando el calor del fuego alimentado con madera, se cocía la arcilla para transformarla en terracota.
Las civilizaciones de la antigüedad aprendieron progresivamente a utilizar otras formas de energía como el viento, en los primeros barcos de vela y los molinos de viento. Aprovecharon también la fuerza del agua para mover ruedas con paletas (¡y no de las que se comen!) mediante las cuales se hacía girar los molinos, o ruedas con recipientes
que, a su vez, llevaban el agua a lugares altos en donde la utilizaban para el riego.
Esta necesidad de energía fue el origen de la esclavitud. Muchas personas fueron llevadas lejos de su país para que trabajasen como esclavas en grandes obras de construcción o realizaran trabajos pesados.
Muy pronto, se supo utilizar la fuerza del agua para hacer que los troncos de los árboles flotaran, y transportarlos desde las regiones montañosas hasta las llanuras y las desembocaduras de los ríos, donde se empleaban en diversas obras y la construcción de navíos.
La invención de la rueda y la utilización de la palanca permitieron ahorrar energía. “Denme un punto de apoyo y moveré al mundo”, afirmaba Arquímedes, aproximadamente en el año 250 a. C.